Voces desde el campo

Voces del campo 1

Notas de un agricultor periurbano instalado recientemente en Estados Unidos[1]

Contemplo mis cultivos y los campos que están más allá. Esta tierra no es mía. Cultivo la tierra, custodio el suelo. Pero mi atención hacia la tierra choca constantemente con la certeza de que estoy dejando dinero y más dinero en una inversión que no sé si será rentable.

Lo normal es que los nuevos agricultores y los jóvenes arrenden las tierras. Para tener éxito hay que desarrollar un nicho de mercado. Esto es más fácil para las personas con educación, con redes, de círculos socio-económicos privilegiados. El carácter prohibitivo de la compra y los muchos matices de los mecanismos del arrendamiento van en detrimento de un segmento amplio de la fuerza laboral agrícola. Los millones de trabajadores agrícolas de México, por ejemplo, tienen una base de conocimientos más fuerte que la mayoría de los jóvenes aspirantes a agricultores, pero les falta el capital social y financiero necesario para el acceso a la tierra. La raza y la clase crean barreras al acceso.

Nuestros productos son perecederos y nuestro nicho de mercado es local. Tenemos que cultivar cerca de nuestros mercados urbanos y periurbanos. Tenemos que cultivar   precisamente en los lugares donde los precios son más altos. De modo que arrendamos, y esto supone muchos problemas. Entre ellos están los conflictos derivados de la incomprensión de la realidad de la agricultura por parte de los propietarios de tierras;  acuerdos sellados con un apretón de manos que caen por la diferencia de expectativas; arrendamientos a corto plazo que socavan nuestras inversiones en tierra y suelo; venta de las tierras o fallecimiento del propietario;  pérdida de tierra en aras de una explotación de  “mayor y mejor uso”; la incapacidad para invertir en cultivos perennes; los conflictos de personalidad…

La agricultura en zonas periurbanas implica que nuestra explotación está a la vista del público o del propietario de las tierras. Y para cultivar plantas diversificadas, especializadas, en tierras como el patio trasero de alguien, por ejemplo, normalmente hay que invertir bastante para enriquecer la ecología del suelo y garantizar cultivos sanos.

Los agricultores del mundo se consideran una parte esencial de la solución al cambio climático. Las estrategias clave serán métodos muy ecológicos que capturan carbono en el suelo. Las explotaciones sin laboreo, funcionando a niveles intensivos, comerciales, obtienen más ingresos por hectárea que la mayoría de las explotaciones convencionales, pero esas grandes inversiones financieras no tienen sentido para los agricultores que no tienen garantizada la tenencia de la tierra. Los métodos de agricultura ecológica son la cartera de inversiones del agricultor: la rentabilidad es inmediata, porque el valor de los nutrientes que se aportan hace que mejore rápidamente la salud de los cultivos y su rendimiento, pero la verdadera rentabilidad es a largo plazo: suelos profundos y complejos, establecimiento de habitats y de insectarios, cursos de agua en buen estado, y paisajes hermosos y biodiversos.

Necesitamos agricultores que inviertan en sus tierras con miras a largo plazo. De todos modos, las explotaciones a pequeña escala también son empresas, y nuestras prácticas agrícolas no siempre pueden cumplir con nuestros ideales ecológicos cuando no podemos realizar los beneficios a largo plazo de esas prácticas, en tierras arrendadas.

Los agricultores jóvenes periurbanos del movimiento alimentario local viven en tiendas de campaña, en garajes reconvertidos, en casetas, en mini-apartamentos. No saben si podrán permitirse tener familia. Sus estilos de vida simples no encajan con el de las comunidades más amplias a su alrededor. ¿Cómo crear y mantener con esto una transformación social profunda y un compromiso con la soberanía alimentaria? Por ejemplo, más de 400 millones de acres de tierras de labor cambiarán pronto de manos. Es el momento de las reformas en profundidad.

Todos formamos parte de un sistema agrícola complejo e interrelacionado, cultivemos o no. Cuanto más gente entienda esto, más se pondrá de manifiesto el valor de los que cultivan directamente nuestros suelos y manejan los sistemas hídricos, y la necesidad de  inversiones reales a escala comunitaria.

Necesitamos un cambio estructural que sitúe a los agricultores, guardianes de la tierra, en el centro de la propiedad comunitaria de la tierra. Un cambio que sustraiga porciones de tierra cultivable del mercado abierto y las redistribuya a los que construyen nuestros sistemas alimentarios sobre los que se asientan nuestras vidas.

Sueño con que un día podré contemplar la tierra que cultivo sabiendo que puedo permanecer en ella para siempre.

Voces desde el campo 2

Potencial de la interfaz entre lo  rural y lo urbano

Blain Snipstal, Black Dirt Farm Collective Maryland, EE.UU.

La lucha por la soberanía alimentaria se basa en nuestra capacidad de revalorizar nuestra relación con la madre tierra y la gente, y de cambiar las fundamentales relaciones económicas y materiales de poder dentro del sistema alimentario y de la sociedad en general, lo que se traduce en una mayor cantidad de tierras en manos de personas de color, pueblos indígenas y trabajadores pobres.

Recientemente, la relación entre lo rural y lo urbano, que ha representado un espacio de conflicto en nuestra sociedad durante mucho tiempo, se ha convertido en la línea de batalla que la extrema derecha y la actual administración estadounidense han utilizado para movilizar a sus bases. Por consiguiente, los organizadores que trabajan por la liberación social y ecológica deben actuar con sumo cuidado y de manera estratégica para encontrar la mejor forma de obligar a retroceder a las fuerzas antagónicas de la derecha, aquellas que sólo desean utilizar la violencia, el miedo y la coacción para lograr su objetivos.

Hoy en día, casi el 80% de nuestra sociedad está urbanizada. Por ello, debemos encontrar la manera de crear un futuro en el que la vida urbana no se desarrolle en detrimento de la vida rural. Un futuro en el que se considere la Vida rural como intrínsecamente digna y valorada, mientras la Vida urbana pueda prosperar en armonía con el planeta. El movimiento de la soberanía alimentaria en esta sociedad deberá ser capaz en el futuro de hacer frente a la historia de nuestra interfaz rural-urbana, y a los prejuicios y los comportamientos que le son inherentes. La clave de nuestro éxito podría perfectamente residir en este espacio, y en la variedad de actores que se esfuerzan por abrirlo completamente. 

Como miembros del Black Dirt Farm Collective, hemos vivido durante muchos años experiencias de creación de espacios críticos de diálogo, educación popular y trabajo práctico digno para conseguir ampliar esta interfaz y volver a poner en el centro una política agraria radical. Lo que es importante resaltar aquí es que esta política agraria radical, o Afroecología, como solemos llamarla, debe basarse tanto en la introducción de cambios materiales en la vida de las personas y de la tierra a través del trabajo colectivo (la ayuda mutua, por ejemplo), como en la transformación de las formas que hemos adoptado de pensar y actuar individual y colectivamente. A raíz de estas experiencias, hemos llegado a la conclusión de que la interfaz rural-urbana tiene el potencial para crear una dinámica multifacética y autovalorizante en la que actores urbanos progresistas pueden comenzar a imaginarse en espacios más naturales o rurales, y en la que actores rurales, es decir, los agricultores, puedan construir comunidades (sociales y económicas) y ofrecer sus tierras como espacios comunitarios para acciones de ayuda mutua.

Voces del campo 3

Nuevas oportunidades y espacios para el colectivismo

Joel Orchard, Northern Rivers young Farmers Alliance, Australia

Creo que estamos en medio de un cambio cultural importante dentro del sector de la agricultura a pequeña escala, y especialmente en el movimiento de los jóvenes agricultores. Existen muchas oportunidades de explorar nuevos espacios para el colectivismo y la conexión entre el nuevo “neocampesinado” y la emergencia de consumidores más instruidos y con mayores conocimientos alimentarios dentro de las crecientes poblaciones urbanas. Estas relaciones están elaborando nuevos enfoques sobre la soberanía alimentaria. La periferia rural-urbana está bajo asedio a medida que las ciudades se expanden hacia tierras agrícolas tradicionales, pavimentando terrenos de suelo fértil; las tierras agrícolas periurbanas son una mercancía valiosa que está siendo sometida a una rápida gentrificación. La forma en que se administra las tierras periurbanas y cómo éstas pasan a disposición de la producción alimentaria deben figurar como características clave en la planificación de las economías alimentarias locales de éxito.  

La costumbre de traspasar las explotaciones familiares de padres a hijos está siendo reemplazada gradualmente por una mayor participación en las economías alimentarias locales por parte de agricultores de primera generación procedentes de entornos urbanos y profesionales. Por lo general, llegan fuertemente comprometidos con la ética ambiental y social, y buscan tierras periurbanas cercanas a los servicios y con acceso directo al mercado. Aportan a la agricultura a pequeña escala un nuevo discurso político enmarcado por ideas y valores de justicia alimentaria, sentimientos antisistema, economías solidarias y un deseo de enraizarse profundamente en el paisaje y en la ecología social. Aquí radica mi esperanza de construir una base más sólida para el desarrollo del movimiento por la soberanía alimentaria.

Los mercados de agricultores han asentado los cimientos de la distribución directa y las cadenas de valor cortas. Sin embargo, también están afectados por las culturas del proteccionismo, el individualismo y el elitismo. El movimiento por la Agricultura Sostenida por la Comunidad forja relaciones aún más estrechas entre el agricultor y el consumidor en la interfaz rural-urbana y alimentaria de la comunidad. Pero si las economías alimentarias locales siguen siendo consumistas e individualistas, hay pocas esperanzas de que se produzca un cambio sistémico más amplio.

Estos cambios hacia la producción a menor escala, la agroecología y la diversidad se enfrentan a nuevos desafíos. Los modelos alimentarios localizados están limitados por el acceso a la tierra y la viabilidad económica, además de por un gran abanico de restricciones reglamentarias burocráticas en relación con la producción, la vivienda y el uso de la tierra. El sistema alimentario industrial ha renovado sus esfuerzos por aumentar lacompetitividad y la cooptación.

Recientemente pasé una semana en Tesalónica para asistir al 7ºSimposio Internacional de Urgenci sobre Agricultura Sostenida por la Comunidad, donde conocí a jóvenes agricultores comprometidos con estos valores comunes y que afrontan todas estas cuestiones. Los obstáculos que debemos superar y los puentes que construimos no son específicos de ninguna región. El movimiento internacional por la soberanía alimentaria nos proporciona el sólido lenguaje común que necesitamos para arraigar las acciones y actividades transformadoras que generen nuevas economías alimentarias por todo el mundo.

Voces del campo 4

La clave está en la educación política

George Naylor, presidente de la National Family Farm Coalition (Coalición Nacional de Granjas Familiares), EE.UU.

Nací y crecí, hasta octavo de la primaria, en una granja en Iowa, que hoy llevamos adelante mi esposa y yo. Mis padres y yo nos mudamos a Long Beach, California, en 1962, porque mis padres estaban ya muy mayores para trabajar en la granja y habíamos atravesado casi 10 años de depresión agrícola. La depresión agrícola fue consecuencia de la destrucción de la garantía de paridad de precios Roosevelt-Wallace que se había convertido en el cimiento de las granjas familiares en EE.UU. Muchos de mis compañeros de clase también venían del «lejano este», aunque pronto intentamos que no se nos asociara a esa cultura.   Nuestra familia hacía las compras en el supermercado japonés que llevaban unos amigos que habían sido deportados a campos de internamiento durante la Segunda Guerra Mundial.  Además de fresas y verduras hermosas, la tienda ofrecía pilas y pilas de alimentos procesados como margarina y cereales para el desayuno, además de carne y perros calientes, todo proveniente de mi estado natal, Iowa.   (¿Pueden creerlo? ¡Mis amigos de la escuela decían que les gustaba más el sabor de la margarina que el de la mantequilla!)

Gracias a mi nuevo entorno, pronto me desapegué mucho de la vida de granja y dejé la comunidad atrás. Al igual que muchas personas de ciudad que he conocido desde entonces, incluso mi conocimiento sobre cuándo se debía plantar y cosechar de volvió bastante impreciso.  Cuando era niño, en la granja, mi madre envasaba 400 cuartos de frutas y verduras para mezclarlos con las zanahorias y patatas que almacenábamos para llevar una dieta equilibrada en los meses de invierno.  Comíamos carne de las vacas que criábamos, a veces, 3 veces al día, y yo «lavaba los huevos» de nuestras gallinas.  Llevábamos los huevos al mercado del pueblo o los recogían en la granja, varias veces a la semana, es decir, hasta que los huevos se volvieron extremadamente baratos y las Sopas Campbell rehusaron pagar más de 3 céntimos por libra de carne de las gallinas viejas.  

Sin embargo, «cultivo local» y «hecho en casa» realmente significaban algo. Todo requería mucho trabajo y perseverancia, pero era habitual entre las familias de mis amigos y los vecinos de otras granjas.  Qué contraste con aquello a lo que me acostumbré en los años que viví en California, donde todo proviene de uno u otro supermercado (el supermercado japonés cayó en el olvido y lo reemplazó Lucky y Krogers).  Si no hubiera sido por mi vida anterior en la granja y por el hecho de que tengo familiares que aún trabajan la tierra en Iowa, yo tampoco hubiera tenido idea de dónde realmente provienen los alimentos. 

Un salto adelante hacia el 2018 – miren la aceleración de la urbanización, la industrialización en la elaboración de alimentos y el procesamiento de la comida. No debe sorprendernos que haya una nueva fascinación por la buena comida y cómo se produce. La pregunta es… ¿la buena comida es como el último modelo de IPhone o un coche eléctrico, o es una vía para comprender que los alimentos se han convertido en una mercancía mientras todos nosotros tenemos que vivir en grandes ciudades y aceptar cualquier empleo para sobrevivir?  ¿Si vemos hacia dónde nos ha llevado todo esto, podremos ver hacia dónde nos llevará?  ¿Podremos lograr un entendimiento POLÍTICO para crear una sociedad distinta, donde nosotros establezcamos reglas de respeto hacia los aportes económicos de los demás y valoremos los recursos naturales que van a sostener ecológicamente a las generaciones futuras?

A principios de los años 2000, protestaba contra la OMC y los acuerdos de libre comercio en las delegaciones de Via Campesina, y aprendí cómo las políticas alimentarias nacionales se verían afectadas por los acuerdos comerciales neoliberales internacionales, y cómo se acabarían las reservas de alimentos y el apoyo a los precios de las materias primas, para copiar la política estadounidense que destruyó la agricultura familiar. Aprendí cómo se generaría dependencia de las importaciones de alimentos en muchos países del mundo, sofocando la posibilidad de una política nacional agrícola y alimentaria democrática o cualquier tipo de soberanía política, convirtiendo la comida en un arma.  Visité diversas metrópolis como Sao Paolo y ciudad de México para ver cómo el libre comercio ya había destruido comunidades rurales y convertido a agricultores y campesinos orgullosos en refugiados urbanos de estas metrópolis, al igual que sucedió con mi familia en 1962. 

Desde mi punto de vista, jamás debemos perder de vista las implicaciones globales del término Soberanía alimentaria. Podemos generar conciencia y promover una nueva cultura que valore a los agricultores y a las comunidades rurales mediante la compra de productos locales, etc., pero esto debe ir acompañado de educación política que permita desarrollar el poder político necesario para crear un mundo que valore a todas las personas y a la Madre Naturaleza de la que todos dependemos.

Voces desde el campo 5

Vínculos urbano-rurales en Uagadugú, Burkina Faso

Georges F. Félix, Georges F. Félix, Collective Cultivate!

Burkina Faso es prácticamente autosuficiente en alimentos. Más del 80 % de la población  practica la agricultura de subsistencia, con cultivos básicos como sorgo, mijo y maíz. Los mercados periurbanos, en los alrededores de Uagadugú, son el resultado de una expansión urbana en la que gran parte de los productos se canaliza a través de mercados locales y regionales. A menudo, los productos son vendidos, de puerta en puerta, por vendedores ambulantes. Podemos encontrar verduras verdes de hoja, tubérculos y frutas. La agricultura periurbana en Uagadugú es un medio de vida sensible a cambios en el nivel de agua de los lagos cercanos y vulnerable a la tenencia de la tierra; sin embargo, subsiste como fuente de alimentos diversos y tradicionales que se pueden encontrar en los mercados locales.

La agricultura periurbana de Uagadugú permite a las mujeres ganar dinero a través de la venta de productos en los mercados locales. Aminta Sinaré es profesora de matemáticas y también cuida de un huerto orgánico de mercado/subsistencia junto a cuarenta mujeres. Sinaré dice: «Cultivamos [verduras] para ensalada durante la época fría. Durante la temporada de lluvias [cuando hace calor], cultivamos quimbombó, repollo y otras verduras. Producimos lo que es adecuado para cada estación.»[2]

Burkina Faso es un país interior ubicado en el corazón del Sahel, que es gravemente vulnerable al cambio climático y global. En las últimas décadas, los agricultores fueron testigos de una gran variación en los patrones de lluvia, de sequías a inundaciones, y la consiguiente pérdida de cosechas, mayor erosión de los pastos y, peor aún, crisis alimentaria.[3] Pero el acceso al agua y el gran uso de sustancias químicas en la producción agrícola afecta a la producción periurbana.

El desafío de la soberanía alimentaria en las interfaces urbano-rurales en Burkina Faso puede aportar vínculos políticos importantes entre los agricultores rurales y urbanos. Ambos deben responder a la necesidad de aumentar la producción de alimentos y desintoxicar el proceso de producción de alimentos.  Garantizar la tenencia de las tierras y brindar el apoyo tan necesario a nivel de la cuenca hidrográfica, que incluye rediseñar el sistema agrícola, son demandas compartidas. 


[1]             Caitlin Hachmyer, Red H Farm, California, EEUU

[2]             http://wire.farmradio.fm/en/farmer-stories/2015/06/burkina-faso-women-escape-poverty-with-urban-farming-12202

[3]             West CT, Roncoli C, Ouattara F (2008) Local perceptions and regional climate trends on the Central Plateau of Burkina Faso. Land Degradation & Development 19 (3):289-304. doi:10.1002/ldr

Cuadros

Cuadro 1

Soberanía alimentaria en la interfaz rural-urbana #1

La interfaz entre lo rural y lo urbano puede encontrarse en la lejana periferia, en los repartos, banlieues y barrios marginados de los centros urbanos del Norte, y en las favelas, barrios desfavorecidos, barriadas pobres y cinturones de miseria que rodean las grandes ciudades del Sur. Pero se encuentra, además, en diversos pueblos y ciudades repartidos por el paisaje mundial. Es tan omnipresente que a veces es fácil no reparar en ella.

Por añadidura, el capitalismo ha creado, desde la revolución industrial, una brecha entre el medio rural y el urbano al someter a la población rural y sus economías a la lógica de la capital metropolitana. El actual sistema alimentario capitalista sigue extrayendo riqueza del campo en forma de alimentos, energía, agua, materias primas, mano de obra y, cada vez más, a través de la especulación del suelo y la «financiarización». En lugar de centrar nuestra atención en el potencial liberador de esta interfaz rural-urbana, el capitalismo acentúa las desigualdades y aumenta las fricciones entre ambos medios.

La interfaz entre lo rural y lo urbano es doblemente importante para la soberanía alimentaria: primero, proporciona lugares donde productores y consumidores pueden construir relaciones de mercado alternativas como mercados de agricultores, consejos de política alimentaria y redes de Agricultura Sostenida por la Comunidad. En segundo lugar, proporciona espacios sociales donde productores y consumidores pueden politizar esas alternativas mediante la elaboración de nuevas formas de ciudadanía alimentaria como los bienes comunes y las alianzas políticas.

Estas alianzas políticas entre comunidades rurales, periurbanas y urbanas son fundamentales para la consecución de la soberanía alimentaria. ¿Por qué? Porque bajo el neoliberalismo, el campo se ha «ahuecado» perdiendo la mayoría de sus instituciones públicas (y a muchos de sus agricultores). Esto deja a las comunidades rurales vulnerables ante la extracción masiva de riqueza por parte de empresas, el empobrecimiento y muchas formas de violencia estatal, paramilitar, y entre pandillas.

Soberanía alimentaria en la interfaz rural-urbana #2

En los países industrializados, los agricultores familiares son ahora una minoría tan pequeña de la población que les resulta imposible ejercer el poder político por sí solos. En el Sur, los campesinos y campesinas, pescadores y pastores, todos y todas ellos históricamente oprimidos, se encuentran dispersos a grandes distancias con malas comunicaciones y poca infraestructura, desconectados de las ciudades donde se toman las decisiones políticas estructurales.

Aún así, los lugares y espacios de la interfaz rural-urbana proporcionan un laboratorio para la política de oposición y prefigurativa, sello distintivo de la soberanía alimentaria. Por un lado, siguiendo la estela de las luchas agrarias, en las zonas urbanas y periurbanas están surgiendo demandas políticas por el desmantelamiento empresarial, el derecho a la alimentación, la redistribución de la tierra y el acceso a mercados justos. Por otra parte, alternativas como la permacultura y la agroecología muestran a los consumidores cómo podría llegar a ser nuestro sistema alimentario si se eliminaran las barreras políticas que impiden su adopción masiva.

El denso tejido social de la interfaz rural-urbana puede ayudar a articular el poder heterogéneo (si bien a menudo fragmentado) de los movimientos sociales, vinculando la soberanía alimentaria a luchas como el movimiento municipal, y los movimientos en pro de la justicia alimentaria, ambiental y de género. Las posibilidades de aprendizaje mutuo y de convergencia entre estos movimientos ofrecen una oportunidad para que la soberanía alimentaria sirva de motor para transformar los sistemas capitalistas en los que se integran nuestros sistemas agrícolas y alimentarios.

Cuadro 2

Los mercados locales de alimentos y los vínculos urbano-rurales en Ecuador*

Si las personas no comen alimentos locales saludables, desaparecerán las semillas locales de calidad y la biodiversidad comunitaria, clave para la producción agroecológica. Así, en los últimos cinco a diez años hemos promovido un proceso para forjar relaciones directas y mutuamente beneficiosas entre los agricultores y las organizaciones de consumidores urbanos para fortalecer los sistemas alimentarios locales. En la práctica, esto ha dado como resultado el empoderamiento de los agricultores, el aumento de sus ingresos y el fortalecimiento de su capacidad para negociar con los compradores. Los consumidores obtienen acceso a alimentos locales saludables a un costo menor, mientras que apoyan la producción agroecológica.

Los productores de varias comunidades se han unido al movimiento Canastas Comunitarias (un modelo similar a la Agricultura Apoyada por la Comunidad en Estados Unidos, CSA siglas en inglés) y han comenzado las ventas directas y los mercados y ferias de agricultores agroecológicos. Las Canastas y las redes de alimentos alternativos fomentan relaciones más beneficiosas y transparentes entre las organizaciones urbanas y rurales; sensibilizar a la población; y brindan oportunidades para abordar temas como las relaciones de género y las políticas apropiadas para la seguridad alimentaria, la inversión rural y la biodiversidad. En palabras de la agricultora Lilian Rocío Quingaluisa de la provincia de Cotopaxi: «Trabajar directamente con los ciudadanos urbanos es una gran cosa para nosotras como agricultoras. Significa que tenemos mejores ingresos, no tenemos que trabajar en la tierra ajena, somos más independientes y podemos pasar más tiempo con nuestras familias y animales». Otra agricultora, Elena Tenelema, añade: » Las Cestas eliminan el abuso por intermediarios. Segundo, nos dan un ingreso garantizado, que podemos usar para mejorar nuestra salud, para la educación, o para comprar animales. La gente de la ciudad conoce y come nuestros productos. Esa es una de las cosas más importantes por las que luchamos como agricultores indígenas».

Se reconoce cada vez más este tipo de promisorias iniciativas de mercado local en el ámbito político del Ecuador y la Constitución las reconoce en el marco de la Economía Social y Solidaria. Pero el fomento de sistemas alimentarios directos y recíprocos no es una tarea fácil, sobre todo ante la agricultura industrializada y la distribución de alimentos, y aún queda mucho trabajo por hacer.

Debemos crear un diálogo productivo y vínculos entre las instituciones públicas, la sociedad civil, las ONG, las universidades, los institutos de investigación y las comunidades rurales y urbanas. Esto incluye la colaboración con redes urbanas influyentes y organizaciones de consumidores. Necesitamos estar constantemente al tanto de las innovaciones en las relaciones urbano-rurales, incluyendo la agricultura periurbana y urbana. Como dice Pacho Gangotena, agricultor y agroecologista, «creo que el cambio social en la agricultura no vendrá de arriba, de los gobiernos. Vendrá de miles y millones de pequeñas familias campesinas que están empezando a transformar todo el espectro productivo. . . Somos un tsunami que está en camino».

* Pedro J. Oyarzún & Ross M. Borja, Tierra Fértil: Desarrollando la Agroecología de abajo hacia arriba, Capitulo 4 – Mercados Locales, Semillas Nativas y Alianzas para Mejorar los Sistemas Alimentarios a través de la Agroecología en Ecuador, 2017.

Cuadro 3

Retrosuburbia; paisajes productivos desde la perspectiva agrícola

La permacultura es una de las pocas corrientes dentro del movimiento de soberanía alimentaria que ha atraído suficiente activismo y esfuerzo en torno al potencial de los paisajes y habitantes suburbanos de ser parte de la solución a problemas complejos que caracterizan a los sistemas alimentarios modernos y globalizados. La comprensión de las ciudades con suburbios extensos como un producto del automóvil y la energía barata es correcta. Al contemplar un mundo restringido y limitado por el clima y los recursos, la mayoría de los comentaristas urbanos han asumido que los suburbios son la forma menos adaptada y que serán reemplazados por patrones más compactos que hagan un uso más eficiente de la infraestructura urbana, en particular del transporte público.

Aunque la presunción de que el futuro restringido por la energía y los recursos reducirá la asignación de espacio para vehículos privados es razonable, considero que la idea de paisajes con mayor densidad poblacional es una respuesta necesaria e inevitable pero viciada por muchos motivos.

Uno de los motivos es que los paisajes suburbanos tienen suficiente tierra y acceso a la luz solar, agua y nutrientes para cultivar grandes cantidades de verduras, frutas y criar ganado pequeño para los habitantes de la zona. Explotar este potencial largamente desaprovechado podría reducir masivamente la huella ambiental total, aumentar la actividad económica local y la resiliencia, y mejorar la conectividad y la salud social. También podría llevar a la conservación de tierras cultivables de primera calidad para cultivos de primera necesidad, tanto a nivel local como global. El desarrollo de mayor densidad orientado a mantener ciudades con mucho movimiento diario sería poner el carro de la «sostenibilidad» delante del caballo (de la seguridad y soberanía alimentaria).

Lugares como el delta del río Rojo en Vietnam (antes de la industrialización) tuvieron mayor densidad poblacional que los suburbios de Australia, y vivieron prácticamente en autosuficiencia. Aunque estos lugares son casos especiales; muy fértiles, llanos, con sistemas de irrigación extensos, nuestros suburbios tienen infraestructura para suministro de agua que hacen de las ciudades de Australia los paisajes irrigados más extensos. Tenemos superficies duras por donde corre el agua de lluvia; podrían ser labradas y convertidas en suelo potencialmente productivo. Tenemos casas individuales que se pueden reacondicionar para tener acceso al sol, porque, en general, están a suficiente distancia de las casas vecinas lo que permitiría producir energía solar. Hay muchas maneras de readaptar los suburbios, gradualmente, a un mundo que va hacia la reducción energética, a fin de llevar una vida frugal pero plena y abundante.

Dada la velocidad a la que nos acercamos a este mundo que va hacia la reducción energética con menos, y la calma con la que se considera seriamente la planificación y la concienciación, debemos asumir que no habrá estrategias adaptativas dependientes de una planificación a gran escala y de largo alcance, antes bien serán las personas las que orgánica y gradualmente, mediante el hacer, den respuesta a las situaciones que se vayan presentando. En un edificio de muchos pisos la readaptación requiere de mucha negociación con propietarios y otras partes interesadas, y las soluciones son técnicamente complejas. En los suburbios, la gente puede comenzar a cambiar su casa y hacer cosas sin que toda la sociedad tenga que ponerse de acuerdo en un plan.

De manera que los suburbios se prestan a esta estrategia gradual, adaptativa donde alguien hace algo por aquí, y aprendemos de ello, sin necesidad de una gran hoja de ruta. A lo largo de la historia, ha habido personas que creían tener un plan para hacer que todo funcione…¡desconfíen de esas personas!

En términos prácticos, las casas grandes suburbanas, habitadas por una, dos o tres personas, que a menudo no están, se readaptarán al trabajo desde casa. Sus habitantes emprenderán negocios desde casa, tomarán el garaje doble, se desharán de los coches y lo transformarán en taller, y luego convertirán los patios traseros en lugares de producción de alimentos. La calle, un lugar muerto hasta el momento, volverá a ser un espacio activo, porque habrá gente. Esta recreación de la vida suburbana activa no distará mucho de la vida que existía en la década de los años 1950. Habrá casas más grandes -familiares o compartidas- en donde habrá quienes tendrán inquilinos que ayuden a pagar la renta o la hipoteca, o a hacer las tareas que haya que hacer. Soy optimista respecto de la forma en que los suburbios se pueden readaptar para adecuarse a los desafíos del futuro, para que sean productivos y resilientes en términos agrícolas, al tiempo que alberguen más personas sin necesidad de seguir construyendo y pavimentando el planeta.

Mas información: David Holmgren, retrosuburbia.com

Destacados

La nueva mayoría mundial: campesinos y campesinas en la ciudad y en el campo

Los campesinos y las campesinas del mundo, organizados en La Vía Campesina, adoptaron la promoción de la soberanía alimentaria como estandarte de las luchas conjuntas. Pero el logro de una verdadera soberanía alimentaria requeriría cambios estructurales radicales, que pasan por una reforma agraria genuina, revocar las políticas y acuerdos de libre comercio, apartar a la OMC (Organización Mundial de Comercio) de la agricultura, derribar los monopolios de los supermercados y el agronegocio sobre nuestro sistema alimentario y promover una agroecología real, entre otras transformaciones. Esto implica la construcción de un poder político favorable a estos cambios, lo cual no es tarea fácil en un mundo que avanza a bandazos hacia la extrema derecha.

Aunque pueda existir un cierto consenso entre las organizaciones campesinas del mundo y las de otros productores de alimentos rurales a pequeña escala, como los pueblos indígenas, los pescadores artesanales, los pastores nómadas, etc., con capacidad y voluntad de emprender acciones colectivas de masa, por desgracia la población del planeta tierra que sigue viviendo en zonas rurales ha descendido finalmente por debajo del 50%. En algunos países la cifra es muy inferior. Esto significa que los habitantes rurales no pueden cambiar el sistema alimentario por sí solos. La buena noticia es que el éxodo de campesinos y campesinas del campo ha terminado en su mayor parte en un mismo lugar. Se trata de la periferia urbana de muchas ciudades del mundo, o la mayoría de ellas, desde las favelas en Brasil o los shacktown en el Caribe, hasta los suburbios pobres que proliferan en Asia y Africa, los barrios latinoamericanos de Estados Unidos, o la banlieue (barrios marginales) en Francia. Los pobres urbanos son el segmento de mayor crecimiento de la población mundial.

Si visitamos cualquiera de estas zonas de miseria urbana, encontramos campesinos desplazados que han emigrado del campo, los hijos e hijas de los campesinos emigrados, y los nietos y nietas de los campesinos. Muchos de ellos o prácticamente todos siguen teniendo parientes lejanos en el campo. Si la ciudad en la que viven ahora está cerca de las zonas rurales en las que residen sus parientes lejanos, muchas veces van a visitar a sus parientes campesinos los fines de semana o en vacaciones, e incluso vuelven con huevos frescos, queso casero, verdura y fruta que comercializan de modo informal en su vecindad. Es típico que sigan siendo «campesinos» en cierto sentido, que crían gallinas y cultivan verduras y plantan frutales en sus patios y jardines urbanos. Debido a este «carácter campesino» tanto real como imaginario, casi podemos considerar a muchos de ellos como parte del «campesinado» mundial.

Al mismo tiempo, el campesinado que sigue hoy en el campo está atravesando un cambio generacional. Aunque hace unos años la mayoríacreía que casi se produciría un desplazamiento masivo de los jóvenes campesinos hacia las ciudades, la tendencia a menudo no ha sido permanente, sino más bien parte de un flujo circular, de idas y venidas. A veces se quedan en la ciudad un año o dos para acabar sus estudios, viviendo con una tía o un tío, y luego vuelven a la granja, o a veces trabajan en la ciudad para ganar y ahorrar dinero ocasionalmente. Esto implica que la nueva generación de campesinos y campesinas, en todos los países, está tan a gusto en el campo como en la ciudad. Conocen a sus parientes urbanos y tienen buena relación con ellos. Y tienen muchas habilidades en redes sociales, que son útiles para comercializar la producción de su explotación o cooperativa en la ciudad, o cuando necesitan ayuda para organizar una marcha o una protesta.

Estos dos grupos juntos, el «campesinado rural» y el «campesinado urbano» constituyen actualmente la gran mayoría de la población humana. Aunque prácticamente no existe ningún censo que sea útil para calcular sus efectivos, no sería exagerado afirmar que constituyen entre el 70 y 80% de la humanidad. Eso es mucha gente. Conjuntamente, pueden formar una circunscripción o una «correlación de fuerzas» capaz de transformar el sistema alimentario y muchos otros aspectos de la sociedad. Por supuesto que convertir ese potencial en realidad implicaría mucha educación política y trabajo de organización, y vencer a las fuerzas que dividen y confunden a la gente, como son las religiones y los políticos de la derecha fundamentalista. Con todo, este potencial debería ser algo esperanzador para nosotros, y una posible estrategia para un cambio estructural a mejor a largo plazo.

Boletín núm. 35 – Editorial

Soberanía alimentaria y la interfaz entre el campo y la ciudad

Illustración: Lucy Everitt for the Australian City Farms and Community Gardens Network – communitygarden.org.au

La interfaz entre el campo y la ciudad es un espacio social complejo en el que la política y la cultura están en plena evolución. También puede ser un lugar físico, en el cual entra en conflicto la prosperidad de pueblos, ciudades, suburbios periurbanos, y zonas rurales suburbanizadas. Considerada de modo general, se define como un territorio amplio con potencial para el crecimiento de la soberanía alimentaria.

Este número del boletín Nyéleni aborda los retos y oportunidades que plantea la construcción de la soberanía alimentaria en las zonas periurbanas, y los modos en que los/las productores y consumidores de las comunidades urbanas y rurales forman alianzas para transformar el sistema alimentario.

Hay muchos casos emblemáticos de soberanía alimentaria en la interfaz entre el campo y la ciudad; entre ellos están las explotaciones periurbanas de La Habana, Cuba; las experiencias de aprovisionamiento institucional de Belo Horizonte, Brasil; y la multitud de mercados de agricultores, agricultura sostenida por la comunidad y cooperativas por todo el mundo. Todos ellos se producen en el ámbito del movimiento fluido de personas, políticas, mercancías e ideas vinculado a los procesos mundiales de descampesinización y recampesinización.

Los/las colaboradores de este número del boletín Nyéleni pretenden abrir un diálogo sobre esta interfaz, por medio de las preguntas:

¿Qué está ocurriendo con las relaciones entre lo rural y lo urbano? ¿Cómo están construyendo o pueden construir soberanía alimentaria?
¿Cuáles son los puentes (políticos, económicos, sociales y culturales) que vinculan a la ciudad con el campo?
¿Cuales son los actores principales que están construyendo esas relaciones?
¿Cuáles son los obstáculos y oportunidades para la construcción de la soberanía alimentaria urbano-rural?
¿Cuáles son las metas y objetivos de la soberanía alimentaria en la interfaz entre lo urbano y lo rural?

Eric Holt-Gimenez, Food First